Les contaré a mis nietos que de niña conocí a alguien que tenía las manos hechas de flores

Éramos la historia de amor perfecta. Con sus ojos verdes, con su tragedia, con su pasión, con su despecho.

Con su espera, con sus terceras personas, con sus desvelos.
Con su droga, con su drama, con su ausencia y sus te quiero sin quererte querer.
Con sus mentiras, con sus poemas y su precipicio.
Con sus aviones y su sospecha.
Con sus mensajes de madrugada.
Con su (des)ilusión.
Con su ansiedad y su pellejo. Su desnudez y su máscara.

Con su belleza, con sus «lo siento», con su descaro, con sus canciones de rock y sus imposibles.
Con sus relojes parados y sus domingos.
Con su obsesión, con su desprecio, con su querer salir corriendo.
Con sus «ya no más» delante del espejo.
Con su impulso y su freno.
Con sus orgasmos, con sus «quédate que sin ti no», sus trenes y su lluvia.
Con sus abrazos y sus entretelas.

Con su fecha de caducidad.

Con su inoportunidad, con su sangre y con sus dudas.
Con su miedo.

Eres un hijo de perra y también eres
lo más bonito que he visto en mi puta vida.
Eres agua y te ríes como la lluvia.

Me dueles cada madrugada pero si no me hicieras sangrar, no me correría tantas veces.
Ni seríamos una novela de Gabo.

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